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lunes, 25 de enero de 2010

Tormenta de arena

Llegó la tormenta de arena y les pilló deborándose. Decidieron inmortalizarse antes de que la espiral les atrapase para siempre, no querían desintegrarse tan pronto; no permitirían que los círculos les empujasen hacia extremos opuestos, engullían centímetros a velocidades indigestas, todo espacio era demasiado, cada grieta, cada curva que no encajaba con la opuesta era una debilidad que la tormenta no perdonaría si no se tapaba a tiempo.
Cerraron sus ojos para conocerse aún mejor, para imaginar otro mundo más allá de este caos, de palabras que pretenden volar tan rápido como el viento les deje, sin preocuparse de mensajes embotellados ni emociones escondidas en miradas que nunca revelarán la verdad y nunca se alegraron tanto de haberse encontrado en aquel supermercado. Desde aquel momento, la salsa de soja se había convertido el el nexo perfecto de unión. Ahora, con un final tan inminente, sus manos no paraban de recorrerse, de reconocerse, de obnubilarse, de deleitarse con la perfecta imperfección del ser predestinado a estar enfrente. Y el tiempo se les quedó corto, todo les supo a poco cuando justo habían empezado a volar.
De repente, calló un tejado que les pasó tan de cerca que tuvieron que agacharse y el fin se hizo palpable. Cada gota de surdor, cada lágrima que se desintegraba como dientes de león, las aproximaba irremediablemente hacia el precipicio, pero no podían soltarse, no acabaría tan facilmente, no sin antes hacer un último esfuerzo de pertenerse una vez más.
Y la sangre se convirtió en el telón de fondo, el perfume que impregnaba el atrezzo de dos fuguras que no estaban listas para el cuarto acto. Pero la tormenta de arena se ha propuesto enterrarlas y no ofrece tregua, ha marcado las reglas de un juego que todos prefieren no conocer, pero no queda más. Cuando el caos te reta sólo puedes enloquecer en pequeñas dosis para intentar descomponerte lo más lento posible con la promesa de renacer y reencarnarnos en otros ojos más afortunados, pero la religión no atiende a últimos deseos.
Dos corazones se han propuesto latir para siempre y se envían telegramas escritos en palpitaciones irregulares, los pechos son como timbales acolchados que vibran con cada inhalación y el aire nunca llega a salir, no puede abandonar esos cuerpos porque necesitan volar, ahora más que nunca necesitan desanclarse del cemento pero llevan consigo misgas de pan por si el viaje les conduce a mundos que traspasan las fronteras inquebrantables de lo estipulado por ley.
Dos cuerpos conocen su destino y a pesar de todo, aman cada hilo que les mantiene colgando. El mecano anatómico indescifrable que tan sólo dos ojos igual de ciegos pueden llegar a comprender. La tormenta cesó y dejaron de volar vacas y tejados y de aquellas dos ilusas enamoradas sólo quedó calcio platónico y dos calaveras mirando en la misma dirección.

viernes, 22 de enero de 2010

Testimonios extraídos de entrevistas clandestinas

Bienvenidos a los entresijos de un ser que no pudo encontrar su lugar. Tenía tal trastorno de personalidad que nunca llegué a diferenciar ninguno de sus alteregos. Es más, me fue imposible averiguar la verdadera identidad del individuo. De ahora en adelante le llamaré Óscar. Tras diez años de una relación estrecha y en numerosas ocasiones tortuosa, he decidido, no sin reservas, hacer públicas algunas de las conversaciones que mantuve con Óscar, o lo que afirmaba ser Óscar, en la más absoluta confidencialidad de divanes preconcebidos y ventanas que no cambian su paisaje y se dejan invadir por ojos que no tienen muy claro dónde mirar. Quizá he esperado demasiado tiempo y esta idea vanguardista ha perdido su propósito inicial y el proyecto innovador que prometía un cambio se ha perdido entre el tumulto de la soberbia de cualquier pionero y ha dejado paso al rubor del fracaso. O quizá todo ha sido una estratagema minuciosamente planeada para homenajear a un alma contenida en demasiados recipientes y ahogada por cada uno de ellos.
Continúa en mi otro blog...