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domingo, 29 de julio de 2012

Interlude

** Otra vez esos silencios que parten sonrisas
     la amenaza del caos
     tú y tus catarsis
     yo y mis malos hábitos
     nunca estaremos de acuerdo.


En noches como ésta, entre farolas mudas y canciones tristes, revoloteas esquiva entre sílabas inquietas que rebotan contra la garganta y me pregunto qué será de ti. Tres días para cambiar el mundo, 76 horas con los ojos cerrados para lanzarse al vacío y no me cogiste. El tiempo tuvo que avanzar acelerado para no estropear ese recuerdo sacado de una película independiente romántica a lo "500 días juntos".
Las calles bailaban para nosotras con ese balanceo socarrón al son de nuestros pasos torpes saltando entre adoquines, el miedo infantil de rozarte por accidente, mientras sonríes ausente y te desgarras ante mí, y me descubres esa fragilidad necesaria para no querer separarme de ti porque en noches como ésta, esa sonrisa es lo único que quiero recordar antes de ir a dormir hasta que la realidad se abra paso el domingo por la mañana y este recuerdo vuelva a almacenarse en un mes de marzo ya remoto.

Las jeringas nunca duermen.

"Yo no lo conozco de nada". Hablaba la demencia y la locura, el tiempo, la vida, un corazón cuerdo que ahora murmura incoherencias rodeado de extraños. Es cierto, no lo conoce, o quizá no lo recuerde porque el mecanismo se ha oxidado. Nació entre sangre y restos, gritando enfurecida porque reclamaba su sitio, ya estaba aquí y ahora sólo mascullaba la misma frase una y otra vez cada minuto a modo de recordatorio de que el eclipse no anda muy lejos.
"Yo no lo conozco de nada". Nadie habla, sólo una tos leve y el murmullo molesto de una adolescente que piensa que es el fin del mundo porque tiene un sarpullido algo llamativo. Me sorprende la frialdad de la gente, su mala educación a veces. Una anciana intenta llegar al servicio, mientras la adolescente quisquillosa la avasalla porque la llaman de la consulta. A mi derecha una madre y una hija hablan de la vecina del cuarto y de sus últimas lindezas, mientras que los individuos de enfrente se sumergen en sí mismos y fijan la mirada al suelo como si allí se encontrase la causa a todos sus males.
"Yo no lo conozco de nada". Mi madre esperándome fuera pacientemente como ocurre en cada crisis. En esta sala coexisten la vida y la muerte, ese pasillo tridimensional que rescata recuerdos porque nos gustamos más cuando estamos sanos, cuando no hay un reloj de cuco que abre la boca cada minuto para anunciar vacío. Sus manecillas agarrotadas supuran cuenta atrás, esa sensación de ultimatum antes de agotar todas las opciones.
La sala se vacía despojándose de todos esos extraños que no se atrevían a mirarse por discreción, pero es sólo cuestión de minutos antes de que el aire se contamine de nuevas afecciones y las jeringas interrumpan su reposo para clavarse en venas vulnerables.

11 de julio

Si dijera que soy quien esperaba ser, mentiría, o me quedaría corta. Tus especulaciones no sirven ahora de mucho. No se me da bien recordarte sin remordimiento, aunque cada año intente hacerte un humilde homenaje. Sabes que nunca me han gustado las aglomeraciones ni el paripé del dolor colectivo; nosotros éramos más de mirarnos y perseguir a personas peculiares por los supermercados. Es raro conducir sin tus onomatopeyas, esos silbidos alternados de anécdotas de gente a la que nunca conocí y esa cinta de cassette blanca de los Beatles que nunca habría imaginado encontrar en tu guantera. Por fin tengo esa guitarra que tanto quería, no hizo falta robarle a la tía la suya (trazamos un plan perfecto, pero yo era demasiado íntegra); no la toco muy bien, no voy a mentir, pero me defiendo y mi dudosa destreza me llega para montar un concierto mediocre en Navidad (yo y mi afán de protagonismo...). 
Es difícil conglomerar diez años en unas líneas. Supongo que básicamente, cambié, estudié lo que quise, he viajado, escribo, no sin cierta ironía a veces, ya no discuto con mi hermana ni le tomo el pelo a mis primas (lo segundo sigue en proceso). Aún estoy en obras; mi mente intenta imponerse a mi parte visceral, pero siempre he preferido moverme por impulsos. Me gustan los retos, buscar lo difícil para saber que me lo he merecido y a pesar de la frivolidad de los tiempos, sigo pensando que es posible ese amor incondicional que debatíamos largo y tendido de vuelta a casa, a pesar de los consejos radicales de mi madre de "no te cases nunca". 
¿Cómo lo hacías? ¿Qué tecla pulsabas para que desapareciese cualquier crisis? Siento no haberte escuchado ese día y haber cerrado la puerta tan rápido que ni me viste de refilón. Imaginemos que me quedo, y te digo algo absurdo para que te rías y te miro a los ojos de verdad porque ya lo sé; tengo que mirarte porque el tiempo ha marcado una despedida que parece cruel si te ensimismas en los detalles, entonces salgo, cierro la puerta y sé que ha terminado. Ya no estás.