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lunes, 22 de octubre de 2012

Murder, she wrote

Cuando Jessica Fletcher (fle fletcher) se sentó frente a su máquina de escribir, no imaginaba la historia tan suculenta que tenía entre manos. Esta señora entrañable camuflada con disfraz de cotilla y ¿por qué no? un tanto metijona, no cesa en su empeño de hallar la verdad cueste lo que cueste. El tecleteo de la máquina presagiaba primicias entre hojas en blanco colocadas meticulosamente encima de su escritorio caoba. los dedos bailaban bajo el foco delator de su lámpara verde que alumbraba demasiado. ¿Quién sucumbiría esta vez a los interrogatorios a veces sensacionalistas de Jessica Fletcher (fle fletcher). Ni la bruma de Londres podría silenciar las voces de esta persistente mujer rodeada inevitablemente por la misma melodía pegadiza de piano.
Su vecina, la Sra. Robbins había desaparecido sin dejar huella. ¿Dónde podría haber ido con su avanzada edad? Los gatos alertaron a los vecinos al vagar desorientados por las escaleras y los tejados. Todos los vecinos parecieron ponerse de acuerdo para reunirse en frente de la puerta de la Sra. Robbins y aporrearla con insolencias e increpaciones, pero las protestas rebotaron contra el goletelé enmohecido puesto que la Sra. Robbins ya se encontraba en un lugar remoto de Europa del Este según fuentes cercanas.
Jessica Fletcher (fle fletcher) no contenta con una respuesta tan genérica, recorrió cada rincón de Londres hasta dar con Matilda Burton, la nieta de la prófuga en cuestión. Al principio no se mostró muy cooperadora con la entrañable escritora, algo normal por otra parte debido a la reticencia de la gente en confiar en desconocidos. Pero nadie puede resistirse a los ojos condenadores y maternales de Jessica Fletcher (fle fletcher); no le costó mucho que Matilda empezase a soltar prenda y la pluma de la Fletcher dió un espasmo de alegría-- si realmente no se hubiera tratado de un objeto inanimado--...El testimonio fue algo así:

"Mi abuela nació a finales de los años treinta en el pueblecito polaco de Krosno, muy cerca de la frontera con Ukrania. Mi bisabuela, Victoria, era una conciertista rusa de renombre internacional, mientras que mi bisabuelo, Ian McGammon, era un fabricante de violines que venía de Dublín. Se econtraban en Polonia por motivos de trabajo; mi bisabuela tenía que dar un concierto en Varsovia, pero el temporal no cesaba y tuvieron que hacer noche en Krosno. En cuanto nació mi abuela, mis bisabuelos volvieron a la casa de Londres para inculcarle a mi abuela el amor y la devoción a la música. Con unos antecedentes de ese calibre, era obvio el camino que le deparaba a mi abuela. Cuando tenía cuatro años empezó a dar clases de piano y violín, odiaba el solfeo, pero era necesario. Cuando ponía los dedos en las teclas del piano del salón el mundo enmudecía porque nadie se atrevía a replicar tal maravilla para los oídos. Lo tenía claro, quería ser conciertista como su madre, quería embelesar y dejar sin respiración a auditorios abarrotados de eruditos y de ricos, de falsos ricos, de niños mimados y de mujeres florero que no sabrían distinguir una sonata de un allegro. No salía a la calle, no jugaba, no tenía amigos a excepción de Pauline, la hija de la ama de llaves, que hacía a su vez de público y jurado en conciertos privados. Tarde a tarde, las dos niñas se hicieron inseparables. Mis bisabuelos no entendían el vínculo, pero nunca intentaron romperlo, mi abuela sonrería, era feliz, con eso bastaba. 
Cuando tenían 15 años, llegó de visita un vendedor de algodón de Liverpool, el Sr. Todd acompañado de su hijo Thomas. Habián venido con la intención de contraer matrimonio con mi abuela, pero tanto mi abuela como sus padres se negaron en rotundo. El sr. Todd, contrariado y airado por el viaje en valde, no aceptó la negativa, por lo que decidió llevarse a Pauline con el consentimiento de su madre. Se marcharían en cuatro días tan pronto como estuviera listo el equipaje. La separación era inminente y, desesperadas, mi abuela y Pauline decidieron fugarse juntas a Varsovia. Mi abuela tocaría el piano por dinero, mientras que Pauline vendería relatos cortos y poemas vanguardistas a revistas sedientas de independencia. No obstante, la madre de Pauline oyó la conversación desde la cocina y alertó al Sr. Todd y a Thomas. La noche de la huída, las dos jóvenes salieron de casa sin saber que Thomas y su padre iban detrás de ellas para frustrar el plan. Llegaron a la estación, compraron dos billetes de ida para el tren de las 10 hacia París, una vez allí cogerían otro para ir a Varsovia. Estaban subiendo al tren, faltaban minutos escasos para que se pusiera en marcha, mi abuela estaba dejando el equipaje en los compartimentos de arriba. Pauline iba a subir cuando de repente Thomas la agarró de la cintura y tiró de ella hacia abajo. Mi abuela se levantó corriendo en cuanto vió a Thomas por la ventanilla, pero ya era demasiado tarde, cuando llegó a la puerta del tren, Pauline había desaparecido y el tren iba demasiado rápido como para saltar de él.
Mi abuela llegó a Varsovia, conoció a mi abuelo Robert, se convirtió en una gran conciertista de renombre y tuvo cuatro hijos--tres niñas y un niño--. La última noticia que tuvo de Pauline fue que estaba viviendo en Francia con Thomas, tenían dos hijas y llevaban una vida acomodada. Pero hace dos meses recibió una llamada de Pauline, Thomas había fallecido hace un año y había vuelto a Londres al ser las hijas ya mayores y no tener a nadie a su cargo. Al parecer, mi abuela y Pauline habrían retomado el contacto, por lo que no descarto que se halla ido con ella."
 "Al fin y al cabo llevaban décadas esperándose" sentenció Jessica Fletcher (fle fletcher) con una leve sonrisa de admiración, mientras acariciaba la capucha de su pluma burdeos.
Las personas nos sorprenden. No sabemos nada de ellas. ¿Quién habría adivinado tal historia de la Sra. Robbins cuando coincidía con ella en el rellano para coger el correo? Tantos años esperando y por fin aquellas dos jóvenes habían conseguido zafarse de los obstáculos y de la mala suerte. Nada les ataba, los niños habían crecido, los maridos florero ya no estaban y la madre de Pauline no volvería a descubrirlas. Varsovia esperaba y nadie las buscaría.

domingo, 29 de julio de 2012

Interlude

** Otra vez esos silencios que parten sonrisas
     la amenaza del caos
     tú y tus catarsis
     yo y mis malos hábitos
     nunca estaremos de acuerdo.


En noches como ésta, entre farolas mudas y canciones tristes, revoloteas esquiva entre sílabas inquietas que rebotan contra la garganta y me pregunto qué será de ti. Tres días para cambiar el mundo, 76 horas con los ojos cerrados para lanzarse al vacío y no me cogiste. El tiempo tuvo que avanzar acelerado para no estropear ese recuerdo sacado de una película independiente romántica a lo "500 días juntos".
Las calles bailaban para nosotras con ese balanceo socarrón al son de nuestros pasos torpes saltando entre adoquines, el miedo infantil de rozarte por accidente, mientras sonríes ausente y te desgarras ante mí, y me descubres esa fragilidad necesaria para no querer separarme de ti porque en noches como ésta, esa sonrisa es lo único que quiero recordar antes de ir a dormir hasta que la realidad se abra paso el domingo por la mañana y este recuerdo vuelva a almacenarse en un mes de marzo ya remoto.

Las jeringas nunca duermen.

"Yo no lo conozco de nada". Hablaba la demencia y la locura, el tiempo, la vida, un corazón cuerdo que ahora murmura incoherencias rodeado de extraños. Es cierto, no lo conoce, o quizá no lo recuerde porque el mecanismo se ha oxidado. Nació entre sangre y restos, gritando enfurecida porque reclamaba su sitio, ya estaba aquí y ahora sólo mascullaba la misma frase una y otra vez cada minuto a modo de recordatorio de que el eclipse no anda muy lejos.
"Yo no lo conozco de nada". Nadie habla, sólo una tos leve y el murmullo molesto de una adolescente que piensa que es el fin del mundo porque tiene un sarpullido algo llamativo. Me sorprende la frialdad de la gente, su mala educación a veces. Una anciana intenta llegar al servicio, mientras la adolescente quisquillosa la avasalla porque la llaman de la consulta. A mi derecha una madre y una hija hablan de la vecina del cuarto y de sus últimas lindezas, mientras que los individuos de enfrente se sumergen en sí mismos y fijan la mirada al suelo como si allí se encontrase la causa a todos sus males.
"Yo no lo conozco de nada". Mi madre esperándome fuera pacientemente como ocurre en cada crisis. En esta sala coexisten la vida y la muerte, ese pasillo tridimensional que rescata recuerdos porque nos gustamos más cuando estamos sanos, cuando no hay un reloj de cuco que abre la boca cada minuto para anunciar vacío. Sus manecillas agarrotadas supuran cuenta atrás, esa sensación de ultimatum antes de agotar todas las opciones.
La sala se vacía despojándose de todos esos extraños que no se atrevían a mirarse por discreción, pero es sólo cuestión de minutos antes de que el aire se contamine de nuevas afecciones y las jeringas interrumpan su reposo para clavarse en venas vulnerables.

11 de julio

Si dijera que soy quien esperaba ser, mentiría, o me quedaría corta. Tus especulaciones no sirven ahora de mucho. No se me da bien recordarte sin remordimiento, aunque cada año intente hacerte un humilde homenaje. Sabes que nunca me han gustado las aglomeraciones ni el paripé del dolor colectivo; nosotros éramos más de mirarnos y perseguir a personas peculiares por los supermercados. Es raro conducir sin tus onomatopeyas, esos silbidos alternados de anécdotas de gente a la que nunca conocí y esa cinta de cassette blanca de los Beatles que nunca habría imaginado encontrar en tu guantera. Por fin tengo esa guitarra que tanto quería, no hizo falta robarle a la tía la suya (trazamos un plan perfecto, pero yo era demasiado íntegra); no la toco muy bien, no voy a mentir, pero me defiendo y mi dudosa destreza me llega para montar un concierto mediocre en Navidad (yo y mi afán de protagonismo...). 
Es difícil conglomerar diez años en unas líneas. Supongo que básicamente, cambié, estudié lo que quise, he viajado, escribo, no sin cierta ironía a veces, ya no discuto con mi hermana ni le tomo el pelo a mis primas (lo segundo sigue en proceso). Aún estoy en obras; mi mente intenta imponerse a mi parte visceral, pero siempre he preferido moverme por impulsos. Me gustan los retos, buscar lo difícil para saber que me lo he merecido y a pesar de la frivolidad de los tiempos, sigo pensando que es posible ese amor incondicional que debatíamos largo y tendido de vuelta a casa, a pesar de los consejos radicales de mi madre de "no te cases nunca". 
¿Cómo lo hacías? ¿Qué tecla pulsabas para que desapareciese cualquier crisis? Siento no haberte escuchado ese día y haber cerrado la puerta tan rápido que ni me viste de refilón. Imaginemos que me quedo, y te digo algo absurdo para que te rías y te miro a los ojos de verdad porque ya lo sé; tengo que mirarte porque el tiempo ha marcado una despedida que parece cruel si te ensimismas en los detalles, entonces salgo, cierro la puerta y sé que ha terminado. Ya no estás. 

miércoles, 6 de junio de 2012

Reflexión de lo anónimo

Nunca he sido convencional, nunca he querido serlo. Todo parece tan aburrido cuando es fácil, cuando te lo ponen fácil. ¿Qué habrá sido de las cartas? ¿Por qué ya sólo recibo notificaciones, mensajes privados o incluso "Tweets"? Me gustaría volver a ilusionarme cuando el cartero llame dos veces y encontrar entre facturas y folletos de restaurantes chinos tu remite, sólo un sobre -y un abrecartas- que me separe de tu rutina y la nada de no saber de ti, o de nadie. Ahora sólo asocio noticias con una línea verde únicamente visible gracias a una conexión infalible y a la disponibilidad restringida propia de un horario caótico.
Me habría gustado grabar iniciales con compás en los bancos, o en algún árbol; todo parece más solemne si lleva marca, más duradero, pero nunca supe muy bien qué grabar ni me terminaba de quedar muy claro esa vertiente inofensiva de vandalismo. Marcar un árbol como si fuese una vaca por un arrebato de exaltación, por la convicción ilusa de que ese "tú" y "yo" remotos seguirán existiendo y habrán sobrevivido a los vaivenes de la adolescencia. No obstante, habría sido bonito, casi Nerudiano, inmortalizarnos en un trozo de madera que sellase un pacto sin determinar entre astillas y raíces centenarias. Es lo más parecido a un "para siempre" así a bote pronto.
Siempre se me ha dado muy bien pensar y repensar hasta sofreír las ideas y convertirlas en entrantes pasados. Me caramelicé huyendo de la gratinación que implica saltar al vació. Lo que no sabemos es que el vació te atrapa igualmente. Es puro morbo más que otra cosa, el impulso de cerrar los ojos y llegar a la conclusión de que quieres volver a escribir cartas, de que ahora mismo vas a bajar a esa papelería tan precaria de la plaza y vas a comprar un compás para grabar absurdidades (ya puestos, no olvides comprar tiritas por si alguna astilla se clava en el proceso). Me apetece romper muñecas, rajas vestidos y contar pestañas en rostros tuertos, así salen mejor las cuentas.

Te ofrezco tiempo, recuerdos y los silencios en los que planeo antes de que las ganas me viertan a un futuro que promete olvido.

domingo, 22 de abril de 2012

Las vueltas del terco

Cuando tenía diez años no existías. Tu estructura ósea no había cobrado forma ante mis retinas ausentes. No pensaba en ti ni en ninguna. Todas erais materia gris que flotaba en vientres sobreprotectores. ¿Cómo esos fetos podrían causar tantos cataclismos? ¿Qué especie de broma brotó del azar y puso en el mapa rostros y sonidos?
En mi mundo de niña el tiempo parecía rotar lentamente como algodón de azúcar, la meta más lejana era la próxima Navidad que volaba impaciente hacia el siguiente cumpleaños. Las noches de verano se fundían en circos de barrio y juegos absurdos con mi hermana antes de que la humanidad entendiera que crecer es sinónimo de pensar de más. El tiempo se ha vuelto menos considerado, aunque aún marco en el calendario la última semana de diciembre y el primero de mayo. Con la edad me he vuelto impaciente, preguntona, contestona, exigente, absurda y pretenciosa por llegar a creer en momentos que tengo la habilidad de expresarme con claridad cuando claramente disfruto regodeándome en hipótesis y teorías emocionales que sienten predilección por los fiascos. No me queda más remedio que darme vuelta y vuelta en los vertidos residuales que salen de tanta palabrería y adoptar diversas identidades. He sido poeta atormentado, amante incondicional, verdugo, víctima consciente e inconsciente, títere, amo, y en la medida de lo posible, he adquirido el papel de "yo-relativo" ante la ausencia de un "yo-contundente".
Me sobran las ganas de correr a pesar de mi cardiopatía moderada. Tengo que latir más fuerte y más rápido para llegar a tu nivel, aunque a veces me salte pulsaciones por ansia pura. Siempre me pongo nerviosa cuando toca desfilar, las multitudes exigen atenciones demasiado banales cuando sólo necesitas a una persona. ¿Por qué me obligas a perseguirte calle abajo? No te escondas por las esquinas, no me adules con falso interés para que me queda quieta en mi silla. Terminaremos ardiendo en vinilos viejos hastiadas por el masoquismo absurdo que nos rodea cuando la respuesta ja estado ahí desde el principio.

Macroabsurdo

En el intento frustrado de cambiar el curso de mi suerte, me regodeo en corrientes viscerales de salidas en blanco. El silencio siempre amenaza y se hace latente en horas clonadas. Mismo día, mismo final. Tus ojos, sus ojos, los vuestros, todos ellos reproducen instantáneas de mi rostro adulterado por mil ángulos. Todas sin excepción voláis a contraluz en senderos hoscos. No os pertenezco, ni os quiero conocer; no soy como vosotras, ni os siento cerca. Pero llegan ciertas horas que me recuerdan a ti, a tus ausencias y la vividez de la putrefacción de esos segundos metálicos. Pensamientos muertos, vientres hinchados de mariposas disecadas que eclosionan en rubor adulto.
Mi entusiasmo transforma la atmósfera en intensidad macrobiótica antes de descifrar desplantes. Afortunadamente, las horas que suman gotas de agua, sacuden sustos iniciales.


Siempre he sido tan idiota.