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miércoles, 25 de noviembre de 2009

¿Cuánto deseamos caer?

Tropecé tantas veces que por fin aprendi a volar no sin antes descubrir que las alas son desechables. He sido la larva más rezagada de todos los capullos, pero mi ralentización es justificada: a veces necesitamos caer hondo, tan hondo como los pulmones aguanten, hasta que labios y piel se tiñan del azul blanquecino del hielo. Entonces, el corazón emite ondas magnéticas que nos atraen con una rapidez sobrenatural hacia la superficie y no queda más remedio que volver a empezar con la convicción de estar en lo cierto. Pero lo cierto es tan relativo que pierde todo su matiz entre tanta subjetividad.
Cierra los ojos, selecciona y elimina todo lo que no necesitas, lo que duele y resetea esta máquina imperfecta rellena de órganos y un esqueleto epiléptico que no puede evitar sacudirse cada vez que le rondas. Ha llegado el momento de reinvertarse, de prolongar lo inevitable con arrebatos de locura y la constante tentación de huir sin más. Contemos los segundos que caben en una sonrisa y los innumerables flashbacks que vendrán tras ella. Agarremos esos dedos idolatrados y dibujemos con ellos el camino hacia la salida del laberinto, de este sendero turbulento enquistado por tanta ambigüedad. Si el egoismo mueve el mundo, parémoslo en seco hasta que todo recobre su equilibrio y fijemos una fecha límite antes de que caduquen más almas sedientas de eternidad.
Siempre he circulado por el carril no preferente y he debido esperar pacientemente mi turno cuando mi coche era tan bueno o mejor que el resto. ¡Qué putada reducir de quinta a primera cuando todo lo que quiero hacer es ir más y más rápido. Mi error fue presuponer que la rapidez era imprescindible para llegar a mi destino, cuando en verdad, lo primordial era estar despejada y atenta a las curvas.
Ahora debo aprender a perder, no de cualquier manera, sino perder de la forma correcta, de la forma que nos obliga a enriquecernos a pesar de nuestros intentos de permanecer en el atraso del rencor. Debo perder para apreciar en su plenitud la satisfacción de ganar y descubrir realmente cuánto de lo que quiero se esconde detrás de esa victoria.¿Ha merecido la pena? ¿Era lo que necesitaba? No, mejor no ir por ahi, no cuando el inconformismo es la respuesta para todo y esa afirmación paradójicamente perfecta marcará el ritmo de la caida. La única pregunta que queda por formular es: ¿Cuánto deseamos caer?

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