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sábado, 18 de septiembre de 2010

El tamborcillo cojo

Cuando la música deja de sonar ya no quedan ni las mariposas que espantadas revolotean por tanto silencio y los amaneceres pierden todo su encanto ante la huelga de acordeonistas. Y sólo hay pechos vacíos, y no hay unísono, ni dedos atracados en curvas rutinarias, sólo hay un cadáver que respira a duras penas con el propósito  de seguir buscando o dejarse encontrar tan pronto como le sea posible. Pero no quiere ojos inquietos, sólo quiere seguir sonando a pesar de su evidente incapacidad para hacerse oír. Nadie consigue que tiemble el suelo tan bien como ella. Cataclismo, el fin del mundo, y la procesión va por dentro y sólo la acompaña un tamborcillo cojo que procura no rechinar. Siempre da repelus el roce de metal contra metal. Encuentros férreos en la tercera fase, la tercera fase ¿de qué? Ya ni la pianola anima el cotarro. Cambio de ritmo, descenso inminente.
Despegar y despeñarse, dos verbos unidos por un prefijo polivalente no pueden evitar oponerse en una RAE muy caprichosa. Pero guardan más relación de la que nadie cree. El muelle es elástico hasta que deja de serlo y se clava y se convierte en hernia discal , motivo urgente de operación. Preparen las mascarillas.
Ya baja la gorda a sellar el concierto, a espantar a aquellos melómanos que confunden acordes con palabras. La música está repleta de dialectos y si se acaba enmudecemos. No volveremos a hablar hasta que suene la flauta una vez desterradas todas las ratas.
La música es ecléctica y tiene el mal hábito de asociar momentos, nombres, ...nos une, nos embelesa, nos repele y nos vuelve a unir para acabar de separarnos hasta que se reencarna en nuevos acordes y aparecen nuevos rostros listos para formar parte de un tracklist meticulosamente elaborado. Puesta a punto de la gramola antes de zambullirnos en un nuevo caos.
Todos huían del tamborcillo cojo porque chirriaba al andar, pero nadie supo ver la belleza que escondía el tintineo de sus golpes, dos palos que chocaban irritantemente a contratiempo y él sólo quería harmonizar. Pero nadie entiende el complejo mecanismo de una caja metálica que se empeña en hacerse hueco entre la orquesta.

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