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miércoles, 29 de septiembre de 2010

Señora de Bangladesh

El ser humano necesita a alguien que le complique la vida. Nada tiene sentido sin ese elemento. Es una afirmación tan cierta como incoherente y aún así seguimos persiguiendo la paradoja.
Era la mujer kilométrica, kilométricamente remota, oscura; era todo centímetros, miles de centímetros que danzaban en perpendicular tejiendo una red salvavidas, pero el airbag no saltó a tiempo. Y la mujer kilométrica se estiró para tocar el cielo, sus piernas parecían muelles infinitos y se alejó de forma vertiginosa hacia el olvido, pero el vértigo la trajo de vuelta y eclosionó, se camufló en elogios, astuta ella, y eclosionó en un vestido rojo.
Ella es un enigma, una maravilla por descubrir y sólo le importan sus centímetros, esa distancia que no comparte con nadie; ella es un solar, un universo escondido en sueños y puzzles que sólo ella puede descifrar. Su encanto y su talón de Aquiles, pero una vez dentro, puedes ver Troya. Helena, abre las puertas para descubrir su belleza.
La mujer kilométrica ya no danza, vuela, sus centímetros han cogido carrerilla y se han fugado hasta Bangladesh nada menos. Han guardado lo imprescindible y no saben cuándo volverán, no les importa; si tan sólo supieran lo que dejan atrás...Ni un post-it, ni una nota en la nevera, nada, el apartamento está desierto; únicamente ondea un tufo a ganas de comerse el mundo, sin cadenas, sin mirar atrás.
Adiós, mujer kilométrica, desocupa buardillas y deserta promesas que no vas a cumplir. El cielo es tuyo, el mar, las nubes, incluso los peñascos. ¿Ahora qué vas a hacer con el mundo a tus pies?

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