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sábado, 8 de mayo de 2010

En mi álbum de recuerdos

Deshojando neuronas me quedé con dos, una agresiva y otra pasiva. Desde entonces comenzó una lucha carnal para no sucumbir a la bipolaridad. Ante la imposibilidad de conseguir una estabilidad más o menos permanente decidi guardar un álbum de recuerdos y entes que solían desgarrarse las cuerdas vocales afirmando y reafirmando hasta la saciedad que una vez pertenecieron a horas de clarividencia, a horas más familiares e íntimas. Llevo el álbum conmigo en todo momento por si coincido en alguna esquina con alguno de estos entes; evitar la incomodidad mutua de no recordar. Ayer casi olvido a mi primo, me vi en la obligación de hojear el álbum para comprobar que efectivamente era él, subido en su moto con un casco que ocultaba todo atisbo de personalidad, pero los ojos eran inconfundibles.
Llegados a este punto decidi fundir recuerdos, entremezclarlos para ver si así conseguía alterar el original, transformarlo en lo que realmente debería haber ocurrido, pero es dificil modelar recuerdos, siempre se escapa alguna imagen que distorsiona la secuencia. Por eso dejé de hacerlo, los acogí tal y como acontecieron, ni un matiz más ni una mano menos.
Vivo con la incertidumbre de poder reconocer, de identificar a todos los elementos que cronológicamente se asentaron en estas páginas y proclaman seguir un órden. Vivo con el temor de encontrarte un día y no ser capaz de reconocerte y a ti no te importa y bajas la mirada y desapareces en conversaciones rutinarias con acompañantes que desconozco, aliviada, tensa, y yo me quedo absorta en una sombra tan familiar, tan cotidiana, pero se desvanece y ya es demasiado tarde para abrir el álbum.

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