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viernes, 11 de noviembre de 2011

Certidumbres

De ella sólo recuerdo sus abrazos, duraban unos segundos deliciosos en los que te envolvía. No me habría importado pasar así el resto de mi vida. En el intento de conocerla la terminé idealizando y nunca supe cuánto había de verdad en mi versión. No pude humanizarla, no me atrevía. En el intento de hacerme hueco olvidé que querer no siempre es poder y no contemplé la opción más que probable de un final abrupto. La catedral siempre fue testigo de nuestros encuentros espontáneos, esos instantes fugaces a modo de titular que te daban el subidón necesario para aguantar horas sumergida entre dos lenguas. Pocas veces me daba la vuelta para ver cómo se alejaba. Por discreción nada más.
Eran años en los que pensaba que era así de fácil; la incertidumbre positiva de contar con más oportunidades. Ingenuidad. Llegaba a ser hasta bonito; amor sin grumos, ni marcas que adulteren sentimientos. Así era ella en el anonimato de su idolatría. Era Navidad y otoño, delicadeza, dulzura, toda una experta en excusas baratas. 
Nos despedimos fundidas en otro abrazo de los suyos, esta vez con la certidumbre de no volver a coincidir, pero con el cariño sincero de habernos conocido.

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