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martes, 21 de julio de 2009

48 horas de morfina

Cuarenta y ocho horas para dejar de respirar, sólo 48 horas y todo habrá acabado, no como querías, no como habías planeado, pero todo habrá acabado. ¿En qué piensas cuando los somníferos y calmantes te nublan el juicio? ¿Cómo te entristeces por dejar a los que más quieres cuando no puedes ni abrir los ojos para mirarlos por última vez,para tergiversar sus miradas de compasión por miradas cándidas que te acompañarán hasta el final? "No es justo" piensas; claro que no es justo, nunca lo es y nadie puede obligarte a creer lo contrario, pero estás demasiado débilc omo para dar ese golpe en la mesa que alivie un poquito la rabia; el mismo golpe que todos damos alguna vez y que en ocasiones se encuentra muy cerca de romper alguna articulación.
Y empieza el balance. ¿Lo habré hecho bien? ¿Podría haber aprovechado mi tiempo mejor? ¿Llegué realmente a ser feliz? No sirve de nada martirizarse con preguntas demasiado profundas a estas alturas, no merece la pena desperdiciar estas horas cronometradas en reflexiones sin salida. Cierra los ojos, respira hondo y no te quejes, no maldigas, no llores, no le des ese gustazo, no pienses, no te muerdas la lengua, no caigas en el engaño de arrepentirte de todo, de intentar buscar otra solución para resarcirte y haber propiciado un giro del destino. Simplemente memoriza la cara de tu hija a sus 22 años, y reza por que sobreviva sin ti, por que se convierta en la extraordinaria mujer que debe ser y abrázala, asegúrale que la quieres, que no le quepa duda y que pase lo que pase el cielo siempre es un buen espejo en el que buscarse, incluso cuando las nubes asoman peligrosamente.
Ahora duerme, y tararea esa canción que tanto te obesesionaba cuando besaste por primera vez al chico que te gustaba ¿Recuerdas cómo fuiste corriendo a contárselo a tus amigas? Piensa en cómo te sentiste cuando nació ella, en las promesas que hiciste, en todos los años que envolvías regalos para ella con la ilusión de haber acertado ese año. Cierra los ojos y relaja el cuerpo, déjate llevar sin miedo, sin lágrimas ni llantos quebrados. Véte sin preguntar "por qué hoy" "por qué yo". Así debía ser y nada podría haberlo evitado. Véte con la firme convicción de haber sido una madre impecable, una esposa extraordinaria y de tener uno de los corazones más grandes del mundo. Ojala tuviésemos más de esos, brillan por su ausencia. Véte y acepta este humilde intento de homenaje, esta despedida informal que a nadie interesa en verdad, pero la oscuridad nos asusta cuando la ves tan de cerca.
Véte con la certeza de haber sido un ser magnífico.

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