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martes, 2 de junio de 2009

Escapa antes de caer

Para contar esta historia debemos remontarnos a los comienzos, al origen de todos los delirios y sonetos desquiciados, a las responsables de ataques psicóticos y enloquecimientos dramatizados. Me refiero a las musas. ¿Cuántos poetas sucumbieron a la tentación de idealizar? ¿Cuántas almas encadenadas a ocultar la verdad se escudaron en pinceladas de creatividad prestada? Hoy mi musa me ha fallado; la he estado invocando, pero se fue pululando entre los olivos de los innuerables senderos que nos separan y nunca se le ocurre coger un atajo. Ni Meletea, ni Euterpe ni Erato ni mi querida Calíope. Ninguna responde.
Cuatro ninfas encerradas en una mente demasiado fugaz, pero todas supieron escapar, todas se encargaron de encontrar la salida a pesar de las súplicas. Sólo quedan poemas desordenados, restos de versos que intentaron formar parte de algo, de alguien, supongo, pero es difícil llenar una hoja en blanco con palabras que no son tuyas, ya que siempre se queda algo en el aire y la cobardía está muy de moda en estos nuevos tiempos de libertinaje.
Cuatro musas, podría ser un número al azar, pero seamos retorcidos y busquemos las cosquillas a todo; por algo el hombre se caracteriza por ser supersticioso y oscuro. Todos tenemos esa cara oculta que afianza nuestra imperfección estratégicamente diseñada para engañar, para mordernos la lengua hasta que penda de un hilo. Cuatro musas y ninguna ha sabido dar con el soneto que buscaba. Cuatro sueños, cuatro vidas totalmente distintas y si tuviera que elegir, no sabría con cuál quedarme, no al menos hasta después de unos minutos de reflexión rigorosa. Cuatro almas con sus cuatro cuerpos que esconden cuatro corazones tan grandes como puños y cada latido multitudinario se graba a pulso en el mío para recordarme que no laten por mí. Cada suspiro que exhalan va dirigido a alguien más, a alguien que las hace vibrar, a alguien que dibuja sus sonrisas en lienzos de eternidad y sólo puedo cederles el paso, porque en verdad no son mías, nunca lo fueron.
Cuatro épocas distintas de una misma vida, mi vida; cuatro puñales tan pesados como la misma Excalibur y ya ni la noche ayuda a olvidar. La ciudad se ha quedado pequeña para escapar, para esconderme de los cantos y melodías que en ocasiones entonan y me engatusan en su espiral y me encierran en su jaula de cofusión. He vuelto a caer. Una y otra vez, vuelvo a caer cada vez más alto.
Pero por la mañana, la ensoñación se disipa y me levanto con el sabor amargo de la soledad, mientras en mi cama escritos casi a oscuras, reposan los pensamientos que verti con la intención de olvidar.

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