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martes, 9 de junio de 2009

La primera vez que me hice de goma

Es curioso el don que poseen algunas personas de trasmutarse, de rehacerse a base de otros materiales incompatibles a simple vista con el cuerpo humano para convertirse en elementos totalmente distintos. Yo también quería probarlo. No obstante, requiere un gran poder de concentración y fijación en el objetivo deseado, y en ocasiones, los sentimientos entorpecen el proceso de transformación. El cerebro se queda obnubilado con tanta confusión y mezcla realidades. Fue así como me hice de hierro.
Me acoracé con virutas de plomo minuciosamente erigidas a lo largo de todo el cuerpo a modo de jaula. Cada latido bombeaba la cantidad exacta de sangre imprescindible para seguir funcionando, nada de acelerarse, no había necesidad. Dejó de sentirte, ya no existías, ¿para qué recordarte entonces? Durante nueve meses me hice a la idea y tracé un plan, un plan magnífico, pero el plan falló estrepitosamente y fue así como me converti en cristal.
Estuve muchos años en la cuerda floja; todos esos días de funambulismo me pasaron factura y no tuve más remedio que vulnerabilizarme. Solía seleccionar lágrimas para derramarlas con cuentagotas, pero todo cambió cuando me hice de cristal. Empecé a expresarme a niveles estratosféricos, llegué a metaexpresarme, con la única finalidad de alabar la fragilidad que teji con sueños de esparto para demostrar así al mundo que tengo corazón y que sí lamento tu pérdida y mucho.
Sin embargo, me atrevi a ir más allá. Necesitaba otra forma, otra fórmula y fue entonces cuando me hice de goma. Dudé por un instante entre ser goma o plástico, pero entonces caí en la cuenta de que el plástico se deforma con el sol y todos sabemos que el plástico recalentado no sirve para nada. Entonces eligí la flexibilidad, ser dinámica, no importaba cuánto tirase o me estirase ya que sabía que recuperaría mi forma inicial y comencé a avanzar sin miedo, a pesar de la incertidumbre que rodea todo. Incluso llegaron a poner un globito en mi corazón para que latiese mejor. Todo iba según lo previsto, me encantaba ser de goma, pero la goma se partió y tuve que volver a ser cristal, pero esta vez con matices distintos; esta vez no me rompería, sólo involucioné para brillar y no estropear la vajilla.

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