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domingo, 26 de abril de 2009

La mejor de las esperas

Tic-tac. Eran las cuatro de la tarde y ella no llegaba. Todo estaba listo: flores, coche, amigos y familiares y ella; ella que la esperaba segura de que llegaría. La esperaba como aquella tarde lluviosa de abril; la esperaba incluso desde antes de conocerla y la gripe del día siguiente mereció la pena. Todo, absolutamente todo, había merecido la pena si le había conducido hasta este momento, hasta este día y este lugar.
Tic-tac. Eran las cuatro y media y seguía sin llegar. Todos empezaban a impacientarse, todos menos ella; porque siempre supo que necesitaba su tiempo, su propio ritmo de ver y de sentir, y lo entendía. No podía evitar sonreir porque la emoción le tenía el corazón en un puño. El viaje estaba apunto de comenzar.
Tic-tac. Eran las cinco menos cuarto y por fin ella apareció: firme, segura, adorable, como siempre. Cada latido retumbaba en su cabeza; tenía miedo a tropezar y caerse, pero sabía que ella no lo permitiría; nunca la dejaría caer a no ser que lo hicieran las dos juntas. Y sus piernas se desentumecieron y avanzó radiante hacia ella, hacia la única persona que realmente la vio y supo quererla sin peros ni contradicciones. Por eso hoy necesitaba esa media hora de rigor, esos treinta minutos en soledad para asimilar que todo acaba y comienza hoy, que hoy es el principio del resto de su vida y no podría haber elegido un compañero mejor para el viaje.

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